productos escritos, su aprendizaje y su práctica demandan un cuidadoso proceso de
elaboración de su materia prima -el pensamiento- y de su forma de expresión o
presentación por medio de textos escritos. De esta concepción dialéctica de la escritura -que
vincula el pensar con el escribir- deriva la necesaria y estrecha relación entre contenido y
forma, que todo redactor debe valorar como prioritaria y como eje de cualquier ejercicio
que se proponga realizar. En torno a ella giran, pues, las características o cualidades de la
buena redacción, que enseguida analizamos.
II.- CARACTERÍSTICAS DE LA BUENA REDACCIÓN
A.- Claridad
Característica primera de la buena redacción es la claridad. Si la intención de quienes
escribimos es que nos entienda un amplio público, esto nos exige claridad en las ideas y
transparencia expositiva; es decir -como indica Gonzalo Martín Vivaldi- “visión clara de
los hechos o de las ideas y exposición neta y tersa de los mismos”.3
A la claridad mental o
de ideas debe corresponder un lenguaje fácil, basado en palabras transparentes y frases
breves, con el firme propósito de que el pensamiento de quien escribe llegue a la mente del
lector desde la primera lectura del escrito; una relectura obligada del mismo estaría
mostrando su oscuridad o su rareza, en tanto que su relectura voluntaria o interesada
indicaría que ha resultado atractivo o importante para el lector.
Martín Vivaldi sostiene, además, que claridad significa expresión al alcance de un
hombre de cultura media y, por tanto, quiere decir: pensamiento diáfano, conceptos bien
digeridos y exposición limpia, con sintaxis correcta y vocabulario o léxico al alcance de la
mayoría, ni preciosista ni demasiado técnico. En otras palabras, a las ideas claras debe
corresponder una construcción de la frase basada en un orden lógico y sin palabras
rebuscadas
.
Por su parte, Roberto Zavala Ruíz propone como primera obligación doméstica de
la redacción “comunicar el pensamiento del autor, siguiendo un orden lógico o atendiendo
al interés psicológico que lleva a destacar algunos elementos y a iluminar a media luz los
Basulto, Hilda, Curso de Redacción Dinámica, p. 25
3
Martín Vivaldi, Gonzalo, Géneros Periodísticos, p. 28
3
menos importantes”.5
Sostiene que quienes mejor manejan el idioma saben que la mejor
palabra es la que entiende la mayoría; que la claridad implica el empleo de términos de uso
común, y que esto no significa emplear un lenguaje corriente en el sentido peyorativo de
esta palabra. Y aclara que, aunque los libros técnicos y científicos requieren un vocabulario
propio -una jerga conocida y reconocida por minorías-, incluso esos textos se pueden y
deben escribir con un lenguaje general, entendible para lectores medianamente instruídos.
Por supuesto, subraya, la claridad obliga a escribir oraciones claras que formarán párrafos
claros, así como a hilvanar esos párrafos de la mejor manera. A esto contribuye -agregamos- el empleo adecuado de las expresiones de conexión lógica, que en nuestras
sesiones de aprendizaje identificamos como “frases de pegamento” porque sirven para darle
ilación y coherencia al escrito.
B.- Concisión
Otra obligación de la prosa, como señala Zavala Ruíz, es la concisión, virtud o cualidad que
consiste en decir lo más con lo menos, ahorrar palabras y evitar lo innecesario. El autor nos
invita, con Azorín, a no entretenernos y destaca que ser conciso exige precisión en el
lenguaje, combatir el exceso verbal y el regodeo, y acabar con las imprecisiones “que tratan
de explicar a sus amigas, las vaguedades”.6
Sobre esta segunda cualidad de la buena redacción, Martín Vivaldi anota que sólo
debemos emplear aquellas palabras que sean absolutamente precisas para expresar lo que
queremos decir. Conciso no quiere decir lacónico sino denso: “estilo denso es aquél en que
cada línea, cada palabra o cada frase están preñadas de sentido. Lo contrario es la
vaguedad, la imprecisión, el exceso de palabras; lo que vulgarmente se dice retórica”.7
La
falta de concisión -advierte con Albalat- es el defecto general de los que empiezan a
escribir... La concisión es cuestión de trabajo. Es preciso limpiar el estilo, cribarlo, pasarlo
por el tamíz, quitarle la paja, clarificarlo... es preciso evitar lo superfluo, la verborrea, la
redundancia, el titubeo expresivo y el añadido de ideas secundarias que nada fortalecen a la
4
Idem. Curso de Redacción, p. 258
5
Zavala Ruíz, Roberto. El libro y sus orillas, p. 246
6
Idem, p. 247
7
Martín Vivaldi, Op.Cit. p. 259
4
idea matriz, sino que más bien la debilitan. La concisión, en síntesis, genera rapidez y
viveza en el estilo de nuestra redacción, mediante el empleo de verbos activos y dinámicos.
C.- Sencillez
Uno y otro autor identifican la sencillez -que consiste en emplear palabras de uso común-
como tercera cualidad de la buena redacción. Martín Vivaldi afirma que la sencillez no
quiere decir vulgaridad; que con palabras de uso común se pueden expresar elevados
pensamientos, y que esta obligación del buen redactor va de la mano con la naturalidad.
Ser sencillo es huír de lo enredado, de lo artificioso, de lo complicado, de lo barroco en
suma; y ser natural “es decir naturalmente lo natural”. Sencillo es aquel escritor que utiliza
palabras de fácil comprensión; y natural, quien al escribir se sirve de su propio vocabulario,
de su habitual modo expresivo.
Zavala Ruíz considera la sencillez como una rara virtud, que se refiere tanto a la
construcción de las frases y a su enlace como al lenguaje empleado. Afirma que huír del
rebuscamiento es una forma de la modestia, pero sólo busca escribir sencillamente quien
está convencido de que al hacerlo se expresa con la mayor elegancia. Para este autor, la
sencillez consiste en expresar las ideas escuetamente y sin retorcimiento, directa y
precisamente, sin adornos, sin apelar al diccionario para sacarle vocablos que nadie
escucha; es decir con naturalidad.
Uno y otro autor se ocupan de la relación entre habla y escritura. Zavala Ruíz
observa que nadie escribe como habla, por más que de alguien se diga que habla con puntos
y comas. Habla y escritura se mueven, pues, en campos diferentes: cuando uno habla suele
decir alguna incoherencia, dejar sin terminar una frase, o saltar de un tema a otro sin
enterarse. Y el reto consiste en aspirar a que lo que escribimos suene a conversa, “a una
plática de noche larga entre amigos, cálida y cercana”.8
Martín Vivaldi, por su lado, vincula
las relaciones entre los hechos de hablar y de escribir con el asunto de la naturalidad. Ésta,
según su opinión, requiere de la elegancia. El hombre que sabe vestir bien irá elegante
aunque vista un traje sencillo. “Y el escritor podrá alcanzar las más altas cimas de la
8
Zavala Ruíz, Op.Cit., p. 250
5
belleza si sabe y puede conjugar lo natural con lo preciso, procurando aunar la sencillez con
exactitud”.9
En este último autor encontramos, a manera de síntesis, cuatro reglas de estilística,
que él a su vez toma de Azorín: primera, poner una cosa después de otra y no mirar a los
lados; es superfluo todo lo que debilite la marcha del pensamiento escrito; segunda, no
entretenerse; es propio de oradores ser prolijos en un tema, pero lo que en oratoria es
preciso huelga en la escritura; tercera, si un sustantivo necesita de un adjetivo, no le
carguemos con dos; emparejar adjetivos significa esterilidad de pensamiento, y mucho más
su acumulación inmoderada; y cuarta, el mayor enemigo del estilo es la lentitud; leemos a
un escritor lento y nos desesperamos.
En torno a la claridad, la concisión y la sencillez giran otras virtudes: la
densidad -que equivale en la práctica a la concisión cuando cada palabra o frase estén
preñadas de sentido-, la exactitud, la precisión, la naturalidad, la originalidad y la
brevedad, entre otras que Martín Vivaldi examina con detalle. Todas ellas confluyen en la
fuerza: un estilo claro, conciso, sencillo, denso, exacto, preciso, natural, original y breve
será siempre un estilo con fuerza, puntualiza nuestro autor. Hilda Basulto, por su parte,
se detiene en la concreción -como sinónimo de brevedad-, la adecuación, la ordenación
funcional y la actualidad, que sumadas a la claridad y la originalidad mencionadas por
Martín Vivaldi contribuyen según ella a la eficacia y la modernidad de la redacción.
En todo acto de escritura incide, desde luego, la variedad de fuentes, autores y
enfoques teóricos con que cuenta quien se dispone a escribir, pero en todo caso es
fundamental el empleo correcto del idioma nativo mediante la práctica sistemática,
cotidiana, rigurosa y disciplinada de la ortografía, la sintaxis y la puntuación. Para nosotros,
el máximo criterio de validez en este asunto es la práctica; sólo se aprende a escribir
escribiendo y corrigiendo nosotros mismos, y con personas calificadas en el arte de
redactar, una y otra vez, los textos que escribimos.
Desde luego, hay que considerar la presentación cuidadosa y ordenada de nuestros
escritos: desde la limpieza y la numeración de las páginas del mismo hasta el uso adecuado
de las notas de pie de página, las referencias bibliográficas, los títulos y subtítulos y la
nomenclatura que usamos para ordenar nuestro tema.
9
Martín Vivaldi, Op.cit., p.261
6
Huelga subrayar la importancia de elegir acertadamente el tema que se va a tratar en
un escrito; recopilar cuidadosamente los datos necesarios para su desarrollo, ordenar y
clasificar la información; formular el plan general del escrito; redactar y reformular el
borrador; redactar el trabajo definitivo, y revisarlo cuidadosamente antes de la presentación
a sus lectores o destinatarios. En el dominio de la redacción, es indispensable practicar y
practicar: se aprende a redactar sólo redactando y redactando.
III.- LAS FASES O MOMENTOS DE LA REDACCIÓN
A continuación ofrecemos un recuento de la propuesta que en distintos espacios y niveles
académicos, frente a diversas carencias y demandas en materia de redacción, hemos puesto
en práctica. A veces un curso de Metodología de la Investigación o la asesoría de una tesis
de grado los hemos transformado en talleres de lectura y redacción; otras, estos talleres los
hemos convertido en ejercicios de investigación documental. En uno y otro caso las fases o
momentos del proceso de construcción de ideas y pensamientos coinciden: principio, medio
y fin, en investigación documental son ampliamente reconocidos como las etapas de
investigación, sistematización y exposición de resultados, que nosotros proponemos a
nuestros estudiantes identificar -en lenguaje llano y accesible- como buscar información,
ordenar los datos obtenidos y decir; a lo cual agregamos que este decir no es otra cosa que
la presentación oral o escrita de las ideas o pensamientos construidos, que en definitiva
constituyen la materia de lo que conocemos como discurso. Dicha presentación resulta de
la relación que el redactor establece, al momento de escribir, entre realidad, pensamiento y
lenguaje, a partir de la cual resuelve el proceso principio-medio-fin, que en materia de
redacción consiste en atender rigurosamente las etapas de planeación o pre-escritura,
escritura propiamente dicha y revisión o postescritura. Hemos constatado -y, por tanto, lo
aseveramos- que quien redacta mal sólamente practica la etapa intermedia de dicho
proceso: en otras palabras, no pre-escribe ni revisa sus escritos. De allí nuestro esfuerzo
cotidiano por presentar a los estudiantes la asunción de este proceso como un desafío de
aprendizaje
7
El discurso escrito adquiere, en la vida cotidiana, la forma de una carta, un oficio,
una hoja de vida (curriculum vitae) o un anuncio, entre otros; en la actividad académica se
expresa en monografías, ensayos, tesis, ponencias, proyectos e informes de investigación,
estados de la cuestión o dictámenes; en la creación literaria adquiere vida bajo la forma de
poesía, cuento, novela u obra teatral; y en el oficio periodístico se materializa en géneros
como la nota informativa, el artículo de fondo, la crónica, la entrevista y el reportaje. Y
para que cada uno de ellos cumpla con las características arriba descritas -fundamentalmente claridad, concisión y sencillez- nosotros planteamos a los estudiantes
como propuesta de aprendizaje el desarrollo de las fases o momentos indicados en el
párrafo anterior, tal como a continuación los describimos.
A.- Planeación o pre-escritura
Así como en el proceso de investigación el planteamiento de un problema resulta de revisar
cuidadosamente de las fuentes de información, el proceso de redacción comienza por la
lectura de aquellos materiales que nos han de brindar los datos, ideas y pensamientos que
deseamos plasmar en nuestros escritos. Si entendemos la lectura como un acto de diálogo
con los autores de los textos, podemos expresar nuestra respuesta de dos maneras:
preguntando al autor y a nosotros mismos si entendemos el contenido propuesto; y
cuestionando si estamos o no de acuerdo con el enfoque o la postura metodológica que
adopta el autor frente al tema-objeto del escrito que él nos propone. La forma material de
nuestra respuesta será el subrayado de lo que nos llama la atención, es decir, de aquello
que a nuestro juicio nutre el tema que nos proponemos estudiar y exponer por escrito: por
nutrición entendemos -se esté o no de acuerdo con el enfoque o la postura del autor- todas
las ideas que a partir de la lectura decidimos incorporar a nuestro pensamiento y, por tanto,
a nuestro discurso. Nuestra decisión se expresa, pues, primero en el subrayado y enseguida
en la elaboración de fichas de trabajo -textuales, de comentario o mixtas- en las cuales
vamos acumulando el saber que hemos encontrado por medio de la lectura de las fuentes
documentales.
De una primera evaluación de esas fichas de trabajo resultará lo que nosotros
proponemos como un primer paso en el proceso de planeación o pre-escritura: una lluvia
de ideas o lista del mandado que vamos elaborando en el orden en que aparecen a medida
8
que consultamos las fichas. La llamamos lista del mandado por analogía con la tarjeta que
todos fijamos -con un imán- en la puerta del refrigerador en nuestras casas, en la cual
vamos registrando y acumulando todos aquellos productos que necesitamos adquirir en el
supermercado; al final de la semana, esa lista incluirá -a manera de ejemplo- unos 25 o 30
productos, y con ella nos vamos a comprar nuestra despensa. A la entrada de la tienda o
supermercado tomaremos un carrito de autoservicio... y aquí surge la pregunta
metodológica que aplicaremos al planteamiento de un problema de investigación y a la
planeación de nuestro escrito: una vez adentro de la tienda ¿daremos 25 o 30 vueltas para
localizar cada uno de los productos? ¡No, profesor! contestan nuestros estudiantes;
ordenaremos y clasificaremos los productos de la lista por grupos, de acuerdo con los
departamentos que hay en la tienda. ¡Vaya! Ordenar y clasificar -dos operaciones del
sentido común- se constituyen ahora en la base de nuestros propósitos de investigación o de
escritura.
Con rigor científico, ordenaremos y clasificaremos nuestro material. Este es el
segundo paso en el proceso de planeación, y para ello nos valdremos de un árbol de ideas
en el cual acomodaremos aquellos datos que tenemos hasta ahora desordenados, primero
bajo la forma de troncos y luego identificando las ideas o pensamientos que conforman las
ramas o las ramitas de dichos troncos.
Una vez colocadas en el arbolito las 25, 30 o más ideas que habíamos enlistado, sólo
nos queda un tercer paso: enumerar o jerarquizar, esto es, decidir el orden en que
deseamos expresarlas en nuestro escrito. Ahora tenemos en nuestras manos el esquema o
índice preliminar de nuestro trabajo... y lo que sigue será redactar.
B.- Escritura o redacción del escrito
Compartimos en este apartado las pautas que propone Armando F. Zubizarreta en su
didáctica obra La aventura del trabajo intelectual. Cómo estudiar e investigar, en cuyo
capítulo 19 aborda el tema bajo el título “La composición y la redacción”.10
El trabajo
científico -plantea nuestro autor- es una construcción unitaria, cuyos elementos se conjugan
de tal modo que todos se apoyan en la armadura general al tiempo que sirven a dicha
estructura. De allí que dicha construcción suponga un estrecho vínculo y servicio entre las
9
partes inmediatamente relacionadas. Esta idea nos remite a la ordenación y jerarquización a
donde habíamos llegado en la fase anterior, que se expresa en el índice o esquema de
nuestro escrito. Con el objeto de guiar al lector, el redactor irá dando a conocer los pasos
sucesivos de la exposición.
1.- Es entonces cuando surge, en todo su significado e importancia, la introducción
de nuestro escrito. La introducción es, ni más ni menos, el planteamiento del problema-objeto de estudio o de escritura: si se trata de un proyecto de investigación conjugaremos
los verbos en futuro, en tanto que escribiremos en pretérito si lo que estamos ofreciendo al
lector es un informe de investigación; en uno y otro caso consideramos a esta parte del
escrito como una promesa, cuyo propósito fundamental es seducir al lector para que se
mantenga en la lectura de nuestro texto. En ella responderemos -en un discurso claro,
conciso, sencillo y, por tanto, contundente- cuatro interrogantes fundamentales:
a.- ¿Qué voy a investigar? ¿Cuál es el problema, tema, objeto, asunto, materia o
cuestión que me interesa estudiar?
b.- ¿Por qué me interesa investigar este problema? ¿Cuáles son las causas,
razones, motivos u orígenes de mi interés por analizar el asunto? En términos
metodológicos, esta pregunta nos ayuda a presentar la justificación del estudio. Su
respuesta incluirá la mención de antecedentes y de todos aquellos datos que permitan
contextualizar el problema.
c.- ¿Para qué voy a estudiar este problema? Esta pregunta nos permitirá indicar al
lector los objetivos, fines, propósitos, alcances o metas de nuestra investigación o de
nuestro escrito. Siempre habremos de descubrir una estrecha relación entre la justificación
y los objetivos de nuestro escrito: si sabemos con exactitud de dónde venimos, seguramente
indicaremos con claridad para dónde vamos. Los objetivos de una investigación o de un
escrito se expresarán siempre con verbos en infinitivo, bajo la forma de una oración tópica
del tipo ‘El propósito del presente trabajo es... ... ...’.
d.- ¿Cómo voy a estudiar o a presentar el problema? Este es el asunto central de la
introducción desde el punto de vista metodológico. Para responder el interrogante
indicaremos el enfoque teórico-metodológico en el cual se apoya nuestra investigación o el
escrito que estamos ofreciendo al lector, incluyendo desde luego afirmaciones que
10
Zubizarreta, Armando F., La aventura del trabajo intelectual, pp. 145-154
10
constituyan hipótesis o puntos de partida que habrán de guiar la discusión. Asimismo
indicaremos, en un párrafo muy específico para tal efecto, los instrumentos, herramientas o
recursos de investigación que hemos utilizado o emplearemos durante la ejecución del
estudio que ahora exponemos por escrito. Evitaremos confundir el camino -la metodología-
con los zapatos del caminante -las técnicas de investigación-, y con ese propósito
anunciaremos al lector lo que va a encontrar en el cuerpo de la obra, mediante una breve
descripción de los capítulos centrales anunciados en el índice o esquema de nuestro escrito.
2.- El cuerpo, nudo o contenido de nuestro escrito no es otra cosa que el desarrollo
puntual de cada una de las ramas y ramitas del árbol de ideas que resultó de nuestro
ejercicio de planeación. Dependiendo de la extensión que pretendemos dar al escrito
hablaremos de partes, capítulos o párrafos que darán forma final a nuestro discurso. En
todo caso, una sencilla recomendación es: una idea, un párrafo. Cada párrafo girará, en lo
posible, alrededor de un hecho o una idea, desenvolviendo sus aspectos de tal manera que
constituya una unidad, como una auténtica vértebra del cuerpo bien articulado del discurso.
Tanto para los párrafos como para los capítulos, y en todo caso para el conjunto general del
escrito, la estructura expositiva de nuestra composición comprenderá: “la presentación de
una idea, luego las explicaciones, pruebas, discusiones o ampliaciones, para terminar con
un enunciado de la idea primera, esta vez como conclusión, en tono rotundo y definitivo.
Esta estructura puede ser sumamente útil para construir ciertos párrafos de vigoroso
resumen final”.11
Recordemos aquí -con Martín Vivaldi- la idea de fuerza como síntesis de
la claridad, la concisión y la sencillez que deben caracterizar la redacción de nuestros
escritos.
3.- Una introducción fuerte nos conducirá, seguramente, a un vigoroso apartado de
conclusiones. Si aquella era una promesa y nos indicó el camino a recorrer durante la
lectura del texto en cuestión, ahora se trata de regresar a dicha promesa y de recorrer el
escrito, capítulo por capítulo, para hacer un inventario de las tesis, ideas y pensamientos
que han sido probados o negados a lo largo del escrito, así como para dejar constancia de
los problemas pendientes. En este último apartado presentaremos al lector,
sistemáticamente -es decir, ordenadamente y en lenguaje claro-, el conjunto de resultados
de la investigación. Para facilitar su elaboración, Zubizarreta recomienda recoger en una
11
ficha, durante la redacción del trabajo, los juicios o afirmaciones que van resultando de
nuestra exposición, de tal manera que al final aparezcan en un cuadro completo y bien
estructurado, listos para presentarlos como conclusiones.
C.- Revisión o pos-escritura
En virtud de la observación, arriba planteada, en el sentido de que quienes redactan mal no
planean ni revisan sus escritos, en nuestros cursos-taller de redacción hemos puesto en
práctica la siguiente exigencia: el texto-producto terminal del taller deberá incluir, además
de su versión final, la lista del mandado o lluvia de ideas, el árbol de ideas, y por lo menos
tres borradores del escrito; ello con el propósito de que cada uno de los estudiantes pueda
apreciar la evolución y el progreso de su aprendizaje. Pero, ¿en qué consiste esta etapa de
revisión? Si bien es verdad que, conforme uno avanza en la redacción, va descubriendo
algunos errores o defectos en las partes ya escritas, no es preciso retroceder de inmediato
para corregirlos: podemos anotarlos como asuntos pendientes, hasta cuando concluya
nuestra primera versión o borrador: será entonces cuando ajustaremos, con mayor rigor,
cada una de las partes dentro de la estructura total del escrito, corrigiéndolas en función de
ésta última. “Una primera lectura de nuestro propio trabajo descubrirá entonces
muchísimos más defectos que aquellos que habíamos descubierto al avanzar en la
redacción, sobre si dejamos mediar un tiempo prudencial para adquirir una cierta distancia
psicológica que nos permita leer con objetividad”.12
Nosotros recomendamos dejar un lapso
de 24 horas entre la terminación del escrito y la siguiente revisión; y, cuando la urgencia
del escrito exija acelerar su entrega, dejarlo reposar por lo menos tres horas entre una y otra
revisión.
Revisaremos la introducción y las conclusiones sólo cuando hayamos terminado la
revisión de todo el cuerpo del trabajo, puesto que ambos apartados constituyen, frente a la
estructura global del mismo, la última mirada y el resumen total de nuestra obra. Y, por
supuesto, acudiremos al consejo de una persona experimentada en el tema en la medida en
que la importancia del mismo así lo amerite o exija.
11
Idem, p. 150
12
Idem, p. 153
12
CONCLUSIÓN: LA CONCISIÓN COMO META PARA LA COMPRENSIÓN DE
UN TEXTO
Un texto claro, sencillo y conciso será el reflejo del conocimiento del tema y del uso
adecuado del idioma por parte de quien lo escribe. En el presente apartado nos detenemos
en una de esas condiciones de la buena redacción: la concisión, como meta para la rápida
comprensión de un escrito.
La concisión en un texto se alcanza mediante la expresión reposada y objetiva, pero
vigorosa, de los hechos. Hay que permitir que éstos hablen por sí mismos, para que la
fuerza de la realidad sustituya a la abundancia de palabras. “La concisión actúa de modo
especialmente penetrante cuando las frases son ágiles tanto en sus relaciones internas como
en las externas, ya estén íntimamente trabadas o impetuosamente opuestas unas a otras”.13
A nuestro juicio, al lector le interesa el sentido del escrito, no la retórica. Pero
aclaremos: la concisión no riñe con la elegancia y el buen estilo. El mejor escritor, dice Pío
Baroja, es aquél que con menos palabras pueda dar una sensación más exacta. No se crea
entonces, advierte Martín Vivaldi, que escribir conciso equivale a escribir corto, pues
literalmente no hay trabajos cortos ni largos, sino bien o mal escritos: mientras la lectura
de lo mal escrito fatiga pronto -pues aun siendo breve resulta largo- lo bien escrito nunca
resulta largo, no cansa. Ni se crea tampoco, subraya, que la concisión significa que sea
preciso cortar las alas a la fantasía y a la imaginación, renunciando al color o a la magia de
las palabras, pues cuando aquellas piden vuelo hay que dejarlas volar.14
Por otra parte, compartimos los criterios de Criado de Val, quien indica que “la
concisión expresiva se consigue mediante la construcción de frases cortas apoyadas en el
núcleo nominal. La ventaja de la construcción nominal sobre la verbal radica precisamente
en la posibilidad de imprimir un estilo nervioso y enjuto a las oraciones, mediante la
brevedad y concisión de la frase, el carácter objetivo e impersonal del período discursivo y
el muy considerable grado de esquematización conceptual y expositiva que se logra por la
eliminación de muchas conjunciones y relativos”.15
El autor señala que la frase breve es
13
Dovifat, Emil, Periodismo, p. 125, citado por Martínez Albertos, Redacción Periodística, p.35
14
Martín vivaldi, Op. Cit., p. 259
15
Criado del Val, M. Gramática española y comentario de textos, citado por Martínez A.Op.Cit.p.35
13
también la más económica cuando llega el momento de reproducirla en libros, periódicos,
cartas y documentos.
De la mano de la concisión va la práctica de la esquematización: esta obliga al
escritor, siempre que se pueda y sin degradar la importancia objetiva de los hechos, a
reducir la complejidad de los datos informativos a un cuadro sencillo y comprensible de
líneas maestras que fácilmente puedan ser asimiladas mediante una lectura rápida y
precipitada.
De la misma manera, acompañan a la concisión los ejercicios de síntesis y
condensación. La síntesis significa la elaboración de un nuevo texto con palabras también
nuevas y se aplica con frecuencia para informar sobre discursos, conferencias o
documentos presentados por personajes públicos. “La capacidad de síntesis es normalmente
el resultado de una sólida preparación cultural y de una gran madurez intelectual. Para el
redactor, la capacidad de síntesis es una cualidad imprescindible”. Por su parte, la
condensación significa elaborar un texto más reducido, respetando las palabras originales
del autor. Es un trabajo de poda de los párrafos irrelevantes, siguiendo la técnica de los
extractos o digestos, para lo cual es recomendable la fórmula mixta de respetar
íntegramente unos párrafos y sintetizar otros.16
En definitiva, la concisión consiste en decir
lo más con lo menos, ahorrar palabras y evitar lo innecesario.17
Resulta oportuno rescatar del Curso de Redacción de Martín Vivaldi algunas de sus
reglas prácticas de redacción y estilo, por cuanto son pertinentes a estas reflexiones sobre la
concisión como reflejo del conocimiento del tema y del uso adecuado del idioma. Así, el
buen redactor ha de emplear la palabra exacta, propia y adecuada; así como el pintor debe
conocer los colores, el escritor debe conocer los vocablos. Siempre procurará, antes de
escribir, hacer un esquema previo o borrador; y después, revisar y pulir varias veces su
texto antes de presentarlo para su edición. Si para evitar la repetición emplea sinónimos, ha
de procurar que sean claros al lector, para evitarle a éste el uso del diccionario. Siempre le
convendrá tener en cuenta el orden sintáctico de la frase española: sujeto, verbo y
complemento. Conjugará siempre las frases cortas y largas, según lo exijan el sentido del
16
Martínez Albertos, Op. Cit.,p. 161
17
Zavala Ruíz, Roberto, Op. Cit., p. 247
14
párrafo y la musicalidad del período. Y, en definitiva, pensará despacio para escribir de
prisa: sólo tomará la pluma cuando vea el tema con toda claridad.18
Huelga subrayar la importancia que otorgamos a estas reflexiones sobre la concisión
como requisito o condición de la escritura de textos periodísticos, literarios y científicos.
Vale la pena mencionar, por ejemplo, los textos de disertación o de argumentación, en los
cuales tanto la exposición de la tesis como el bloque argumentativo y las conclusiones
exigen de quien escribe decir lo más con lo menos, ahorrar palabras y evitar lo innecesario;
en definitiva, pensar claro para escribir claro.
BIBLIOGRAFÍA
1. Basulto, Hilda, Curso de redacción dinámica, México, Trillas, 1998, 180 pp.
2. Martín Vivaldi, Gonzalo. Curso de Redacción, México, Prisma, sin fecha, 496 pp.
3. --------, Géneros Periodísticos, México, Prisma, sin fecha, 400 pp.
4. Martínez Albertos, José Luis, Redacción Periodística, Barcelona, ATE, 1974, 266 pp.
5. Racionero, Luis, El arte de escribir. Emoción y placer del acto creador, Madrid, Temas
de Hoy, 1995, 232 pp.
6. Salazar Duque, Alfredo, “El análisis del texto científico: una propuesta metodológica y
pedagógica”, en Perspectivas Docentes, Vol. 1, No. 1, Universidad Juárez Autónoma de
Tabasco, Villahermosa, Tab., Sept.-Dic. 1989.
7. Zavala Ruíz, Roberto, El libro y sus orillas, México, UNAM, 1997, 400 pp.
8. Zubizarreta, Armando F., La aventura del trabajo intelectual. Cómo estudiar e
investigar, Wilmington, Estados Unidos, Addison Wesley Iberoamericana, 1969, 204 pp.
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